CAPITULO TERCERO
LA BOTÁNICA SAGRADA
Cacaima seria acogido en el seno de la gran familia jaguar por el próximo lustro y cuando alcanzó su mayor estatura, fue enviado a un largo viaje de aprendizaje en el que sería dotado del lenguaje mágico, de los conocimientos feroces de la selva, del saber de las medicinas, del uso de las plantas sagradas que le iluminarían y abrirían los senderos de la conciencia para así librar las múltiples batallas de la vida.
Conoció entonces los cuatro templos donde brotan las corrientes de viento, también atestiguo el nacimiento del agua en el santuario de los más antiguos secretos. Comprendió que el abuelo tabaco es un sabio consejero, que acompaña y guía, descubrió en la salvia de las plantas todo un compendio de moléculas increíbles. Aprendió a curarse las heridas y los dolores con ayuda de los espíritus de cada piedra, cada raíz y alimento. Al ordenar el mundo mágico con su palabra, era necesario nombrar y renombrar todas las cosas a través de la enseñanza de sus antepasados, trepo por el bejuco sagrado de la AYAGUASCA, cordón umbilical de plata que les conecta con el cielo y subió hasta los confines del firmamento, atravesando el cosmos para hablar con los abuelos creadores en la gran bóveda celeste.
En el paso por las tierras donde desaparecen las montañas, encontró la mística de los dos abuelos Yopo, las estaciones del tiempo, y los senderos que llevan al palacio de la sabiduría, donde reina la dueña de todo, la naturaleza, quien le mostro la anatomía de todas las cosas, la zoología salvaje, la ciencia de los amores, la filosofía divina y el gran libro de la eternidad donde reposan todas las memorias.
Aprendió sobre el cultivo, la botánica sagrada, el reino mineral de las piedras y la lectura de las hojas de los árboles, los fenómenos del cielo y la tierra, a poner sobre los altares el pagamento necesario, para complacer y agradecer a todos los elementales, a los dioses y amos de cada cosa en la tierra. Al dios Río, a la diosa Luna, a la gran estrella que nace en oriente y muere en el ocaso sobre los jardines coloridos que riega la gran madre soberana, esa reina coronada de flores, con su vestido azul adornado de constelaciones. Así mismo moldeo todos los elementos en su conciencia, hasta dotarlos de su espíritu, llenos de magia y ciencia humana.
Entre todos los exuberantes tesoros que se encontraba en el camino, Cacaima se halló frente unos ojos bellos y diáfanos, como las aguas cristalinas de un yacimiento sagrado, la fuerza de la pasión que despertó aquel romance fue un regalo hecho por los eternos, envuelto en un bello cofre de oro y lágrimas para el deleite de la mente y el corazón. La quietud y la paz lo cubrieron entre sus aguas y por un breve tiempo la curtida piel de Cacaima se ablando ante las tiernas caricias de Orocomay, su belleza era incomparable y brotaba de su profundo interior una luz celeste.
El cariño entre los dos fue tan eterno como corto, su viaje lo separaba de cada cosa que amaba, y fue con la joven compañía de Orocomay, que aprendió a preparar el mejor remedio para el miedo, el antiguo brebaje del amor. Amor que le embriago noches enteras mientras recolectaba estrellas y solsticios de verano, en su aprendizaje por los remotos llanos de oriente, trasegando las planicies del deber y la rebeldía. En su memoria se grabó ese bello nombre para siempre, Orocomay, como tallado en la piedra, como una constelación en el cielo de sus pensamientos que marcó el fin de su adolescencia.
En la travesía descubrió la belleza de los corazones, el resplandor naciente de las sonrisas, pero también se tropezó con la hostilidad de la vida. Se desataban toda clase de conflictos territoriales, eran tiempos de crecimientos y expansiones. El vacío del desentendimiento entre las diferentes culturas, creencias y gobiernos, creaban gran confusión entre las gentes, pero con astucia logró las más pacíficas y duras peleas con las tribus y florecían nuevas maneras de relacionarse y compartir los recursos naturales. Así forjo una tradición de mutua paz entre las lindes y con sus iguales, junto con los abuelos el joven Cacaima vio nacer nuevos acuerdos territoriales. Las rutas artesanales y la ruta de la sal formaron una cultura creciente de acuerdos vitales para la preservación de una vida pacífica. A lo lejos detrás de sus pasos brillaban nuevos senderos llenos de comerciantes y alegres peregrinos que cantando sus dolores, bailando sus cansancios, iban adornados de nuevos soles y telas multicolores, vistiendo el paisaje para la ofrenda de un futuro, el festejo del constante renacimiento de la incertidumbre.
Por H.Martín
Escritor, guionista y poeta conceptual bogotano, cofundador de la organización ECONCIENTES, enfocada a a creación y fomento del arte con valores ecológicos y preservación del medio ambiente desde el área de literatura. Actualmente columnista de la revista Cultural Tras La Huella y miembro activo de RAL (Rutas de arte Latinoamericano).